martes, 13 de enero de 2015

IMPRESIONES SOBRE MI PRIMER AUTO


En noviembre de 1985 tuve mi primer auto. Era un Renault 4L del año ´67 azul grafito, de los que todavía venían con un tablero de instrumentos cuadrado, minúsculo y negro. Pobre renoleta; la habían gastado de tanto usarla y los agujeros en la carrocería y piso apenas podían disimularse. ¡Cómo bramaba! El pequeño motor Ventoux de 845 centímetros sonaba lleno y el caño de escape al que le coloqué un aislante térmico para no quemar nada, carecía de silenciador. Mil veces desarmé por completo a mi primer coche, aquel que me costó unos 500 australes, y mil veces lo volví a armar. Ciertos sábados de primavera y verano me levantaba bien temprano y entre un café y otro izaba el motor con una grúa portátil. La competencia contra mí mismo comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba cuanto antes. El motor iba a parar a una mesa donde era desarmado por completo antes del mediodía. Después, torquímetro en mano y con las sondas para calibrar las válvulas lo armaba y ponía en marcha.

La noche del sábado estaba hecha para salir y buscar a los amigos, y existía una ventana de tiempo muy breve entre la puesta en marcha, sacarse la grasa de las manos, bañarse, cambiarse y salir por las calles hasta la madrugada. En una ocasión se me ocurrió sacarle los asientos y me encontré con un espacio enorme y pelado en el que podía quedarme a dormir extendiendo un colchón. Los grillos hacían vibrar la noche calurosa en mi garaje al aire libre. Un auto, grande o pequeño, podría ser un lugar para pasar los días. Miré una vez más el espacio entre techo y piso, y allá a lo lejos el volante. No pude ni imaginarme el caserón que pudo haber sido del Valiant II de mi papá.

Pero la historia del Valiant queda para otro capítulo de mi amor por los autos.