lunes, 4 de marzo de 2013

Homenaje a Juan Gálvez. A medio siglo de su desaparición.

 
Juan Gálvez era la contratara temperamental de su hermano Oscar, también piloto. Introvertido, modesto, reacio a las polémicas, dispuesto solo a los festejos medidos. En el taller fue un mecánico meticuloso y superdotado para la mecánica. Arriba del auto se transformaba, pedal a fondo, no toleraba perder. Corrió en 153 ocasiones y ganó en 56. Semejante promedio lo llevó a coronarse nueve veces campeón del Turismo Carretera (de 1949 a 1952; del ´55 al ´58 y en 1960), una marca que hasta la fecha nadie pudo superar. Obtuvo además, tres subcampeonatos. En 1941 disputó las Mil Millas argentinas y salió segundo. El 3 de marzo de 1963 se corrió la Vuelta de Olavarría, su última competencia. Oscar le insistió:“¿Para qué vas a ir? ¿Por qué seguir?”. Juan sabía que podía accidentarse, como cualquiera, pero le daba pánico morir calcinado y por esa razón no usaba cinturón de seguridad. Una última foto en blanco y negro lo muestra encaminándose a la pista, saltando una cuneta y detrás de él, el alambrado y el público.
Subió a su Ford y corrió con los dientes apretados contra los hermanos Emiliozzi. Estaba a punto de sortear la curva del Camino de los Chilenos pero algo se trabó y no pudo hacer el rebaje. La cupé tomó un desnivel y los paisanos vieron al auto dar varios tumbos antes de matar a su piloto.
Es inexplicable que un campeón como Juan no haya tenido los homenajes y los reconocimientos que merece. Juan Gálvez no es un piloto del montón: es el más grande volante que haya tenido la categoría más antigua del automovilismo mundial.